Una semana
- Reiniciando Relatos
- 8 ene 2021
- 2 Min. de lectura
Llevaba años esperando este momento. Tan solo cincuenta y tres años. Eran cincuenta y tres años, pero se le hicieron ciento seis. Iba tachando días en el calendario. Uno tras otro esperando. Hasta a ayer. Ayer por fin fue feliz. Ayer murió Isabella. Cuando se casó con ella en aquella chiesa de Florencia creyó que era lo que quería. Pero eso fue un dos de octubre; el cuatro ya dudaba de si había cometido el mayor error que cometería nunca. Realmente él si estuvo enamorado de ella, aunque no todo el rato, y desde luego, no al final. Cuando se conocieron, ella era una persona risueña, muy inteligente, dulce y, sobre todo, divertidísima. Además, nada más conocerla ya pensaba que Isabella tenía la mirada más bonita que hubiera visto jamás. Sin embargo, poco a poco sus innumerables manías fueron aflorando y la convivencia era cada vez más complicada, hasta que él dejó de protestar y acataba cada querencia, por ridícula o ilógica que le pareciera. Pero por su madre aguantó más de diez y nueve mil trescientos cuarenta y cinco días. Al principio los iba contando. Cariño, te das cuenta de que ya llevamos mil quinientos tres días juntos. Isabella pensaba que eran días de amor, pero era todo lo contrario. Al final, en lo único que parecían haber estado de acuerdo después de tantos años era en no tener descendencia. ¡Y menos mal! A pesar de que jamás llegó a desechar la idea del todo, no dejó de pensar lo complicado que hubiera podido llegar a ser.
Ya tenía setenta y tantos años, pero pensaba hacer todo lo que no había podido hacer en ese tiempo.
Hoy había empezado a andar descalzo, le había dado por comer aceitunas, aperitivo que ella detestaba; por ver la televisión, por lo que tuvo que comprar un pequeño aparato; por ir únicamente vestido con una bata por casa o, por tumbarse en el sofá a leer el periódico; incluso, con tal de desquitarse, fue más allá y se compró una bicicleta para ir pedaleando de un lado a otro de la casa. Se volvió completamente loco. ¡Tantos años queriendo bañarse desnudo en la piscina! Y a mí qué lo que digan los vecinos, pues anda que si a mi edad me tiene que importar lo que un bambino piense de don Lorenzo Bianchi, dónde se ha visto esto. Ni que nunca hubieran visto un signore desnundo. Che cavolo!
Pero pronto volvió a dormir en el lado derecho de la cama, aquel que le había pertenecido durante cincuenta y tres años, y a comer sentado en la misma silla de siempre, aunque no las mismas cosas de siempre porque, él, solo sabía cocinar cuatro platos; también volvió a alinear a la perfección absolutamente todo, se compró un nuevo bañador y recolocó sus chaquetas y pantalones en el armario, como a ella le hubiera gustado verlas, por tonos cromáticos; y algún vicino diría que se le escuchaba hablar con Isabella mientras caminaba por las habitaciones. Solo había pasado una semana desde que llegó el día, y ya la echaba de menos.
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