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Un lunes más en la oficina

Era un lunes de agosto como otro cualquiera: poca gente en todas partes y mucho calor desde temprano. Poco más estaba definiendo aquel lunes. Desde el trayecto de su casa al trabajo, y acostumbrada a las marabuntas diarias, Laura prácticamente no se había cruzado con nadie, había fichado en los tornos, se había sentado en su pequeño hueco y después de algo más de una hora delante de la pantalla del ordenador moviendo el ratón sin ningún fin concreto porque no tenía mucho que hacer, se percató de que tampoco iba a encontrarse con ningún ser vivo durante las siguientes ocho horas y media. De alguna manera parecía que ella era la única de toda la sala donde trabajaba desde hacía más de ocho años, que no estaba ya de vacaciones peleándose por un hueco en la playa o atestando cualquier pueblecito de montaña.

Aunque no tenía mucho que hacer y tampoco la situación le empujaba a pegarse con el ordenador, por pasar las horas lo mejor posible comenzó con las tareas que tenía pendientes, aunque fuera dilatando cada acción lo máximo posible. Es más, incluso, aprovechó para ordenar su cajonera, hacer limpieza de archivos en su ordenador… y ya, aburrida casi llegando al mediodía, decidió que lo mejor era procastinar un poco más porque temía llegar el martes y encontrarse en una situación todavía peor. En su intento por acortar las horas hasta que pudiera irse a casa fue varias veces al aseo, se puso a cotillear los armarios que había en esa sala, leyó las noticias en Internet -todas y cada una de las que encontró en los periódicos digitales, le interesaran o no-, pero llegó un momento que ya no supo qué más hacer y sacó unos auriculares y pensó que, ya que nadie iba a ver lo que estaba haciendo, podía ponerse a ver la televisión desde su ordenador vía Internet. Fue tal su desconexión del trabajo y la fijación con la que se enganchó al programa que veía, que las luces se apagaron automáticamente al no detectar movimiento alguno.

De repente, pese a estar absorta en la tertulia televisiva que estaba visualizando, escuchó que la puerta de la sala se abría bruscamente y entraban un hombre y una mujer agarrados de la mano, haciendo que las luces volvieran a encenderse.

-He pasado por delante de esta sala hace un rato y estaba todo apagado-dijo el hombre susurrando e inconsciente de la presencia de Laura en un rincón de la sala-, no te preocupes que aquí no creo que nadie nos encuentre. Podemos hacer lo que nos dé la gana.

Poco a poco, el hombre fue desnudándose, algo atropelladamente y Laura pudo contemplar a un señor algo gordo y muy peludo que nervioso intentaba abrir la camisa de su compañera, bastante más atractiva que él. Con violencia, él empujó un par de ordenadores tirándolos al suelo y la subió a ella encima de la mesa donde estaban.

- ¡Shss, no hagas ruido, estúpido, que nos va a oír! -dijo ella alarmada. Sin embargo, miró alrededor y no debió percatarse de la presencia de Laura pues no dijo nada.

Laura sí se había fijado en ellos, no obstante. No podía entender que no se estuvieran dando cuenta de su presencia allí y tampoco la forma tan rara que tenían de practicar el coito; parecía completamente una escena de una película barata pornográfica de cuando ella era adolescente.

Pese a la repugnancia inicial del momento, la vergüenza que sentía y el no saber qué hacer en ese momento, algo le despertó en su fuero interno. Quizás fuera el propio recuerdo de haber visto según qué cosas siendo adolescente, lo turbio del momento o la excitación propia de verse sorprendida de esa forma -aun sabiendo que ella no había sido la que había interrumpido en la sala para mantener relaciones sexuales con nadie-, pero acabó por gustarle lo que veía y sintió tal calor que comenzó a mirar con más interés y comenzó a tocarse su clítoris completamente húmedo metiéndose la mano por debajo de la falda que llevaba puesta.

Según la pareja iba aumentando el ritmo también lo fue incrementando Laura, que también comenzó a deshinbirse y a sentir que, si ellos estaban haciendo el amor, ella bien podía masturbarse sin problema. ¿Qué importaba? Si ellos no contaban lo suyo, ella no tenía por qué contar nada tampoco.

Al final ella ya no pudo más y acabó teniendo un orgasmo que acabó en un grito de placer, uno de esos que hacía tiempo que no tenía. Fue en ese momento cuando la pareja por fin se dio cuenta de que no estaban solos.

-¿Pero qué narices?-dijo él desligándose por completo de ella y dejando ver su cuerpo completamente desnudo y su miembro erecto y sudoroso mientras buscaba a Laura sin saber muy bien en qué dirección hacerlo hasta que al final encontró la luz de su ordenador y a la vez ella, pudorosa, trataba de taparse rápidamente-¿Pero no ves que estamos aquí, so cerda?-gritó con rabia. Ella, su amante, mientras tanto, había conseguido ponerse el sujetador y la blusa lo mejor posible para la rapidez que había utilizado y ahora trataba de salir de allí sin ser vista.

Laura, que se había corrido sin importarle nada porque según su propia lógica no podría haber desaprovechado aquel clímax, abrió entonces los ojos y a unos metros pudo distinguir de nuevo al hombre desnudo, chorreando sudor, gordo y lleno de vello mirándola enrabietado, pero sabiendo que poco podía hacerle y plenamente feliz.

Él no gritó ni dijo ni una sola palabra más, se vistió lo más rápido que pudo y salió por donde había entrado. Laura, por el contrario, permaneció en su sitio hasta la hora de salida, fichó, y regresó a casa pensando que por fin había merecido la pena levantarse temprano para ir a trabajar.

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