top of page
Para estar al día del blog: 

Reflexión 3: Es que las niñas son tontas

  • Reiniciando Relatos
  • 3 abr 2021
  • 5 Min. de lectura

Cuando era pequeño, ni en el colegio ni en el instituto, nunca fui un niño popular; tampoco destaqué nunca por nada y se puede decir que más bien he pasado desapercibido. Es decir, sí que tuve amigos, claro, pero no muchos y no éramos un grupo muy homogéneo e inseparable y tampoco nadie nos habría identificado nunca como los que molaban o los guays. De hecho, formábamos un grupo tan heterogéneo que unos años éramos cinco, otros seis, otros tres y no pasaba nada. Pero siempre sabíamos que aun no estando todos ese año —por la razón que fuera— pertenecíamos todos a una misma entidad. Era una burbuja, un ente abstracto, que nos unía con bajo una amalgama de gustos que, más o menos, teníamos todos en común. Pese a todo, no creo que nunca existiera un sentimiento de pertenencia irrompible. Diría incluso, que si hoy o en un futuro no muy lejano cualquiera de nosotros revisa fotografías de aquella época o trabajos hechos en grupo, no sería raro que nos cueste asociar caras con nombres. Creo, honestamente, que no he marcado en la vida de nadie. Aun así, sí que sé diferenciar, sin equivocarme, quiénes pertenecíamos al mismo grupo y quienes no. Es más, yo y todos, sabíamos quiénes eran los más populares, aquéllos que todos queríamos ser pero que estaban muy por encima de nosotros, y quiénes, por el contrario, eran tildados de pringados y se les rehuía. ¿Es esto repugnante? Sí, sin duda. ¿Es mentira? No, en absoluto. Ha sido así siempre y no creo que cambie.

¿Por qué? Porque siempre, desde pequeños, queramos o no, inculcamos que unos son "los tuyos" y que otros, sencillamente, no. Es injusto, pero nacemos siendo educados en diferenciarnos, en juntarnos sólo con aquellas personas que consideramos iguales que nosotros por extraños o diversos motivos y en odiar lo que es diferente y en competir por ser mejor que el resto.

¿Estoy en contra de competir? Claro que no. Me apasiona el deporte y siempre he considerado que en la vida hay que competir por ser el mejor, por conseguir las metas, por superarse, etcétera. ¿Me estoy contradiciendo? Es probable, pero dejadme que me explique. ¿Hay que competir por tener la mejor nota en matemáticas o meter más puntos en un partido? Por supuesto. Pero que la competición sea contra uno mismo y que nunca suponga menospreciar a nadie.

Cuando yo sufría porque los que eran más populares en mi instituto ni me dirigían la palabra, pese a haber reconocido en el primer párrafo que yo no he sido nunca nada de eso, sabía también que había ciertos chicos o chicas con los que no debía juntarme. No lo hacía de forma consciente. Creo. Al menos nunca pensando en hacer daño. Como tampoco creo que los "populares" lo hicieran conmigo a propósito. Pero soy consciente, lo he sido esta mañana, que he podido infligir daño porque a un chico no le gustase jugar al fútbol, o a una chica porque viviera en un pueblo diferente al mío, o porque quien fuera no llevara camisas y vistiera con un chándal, etcétera. Los motivos en realidad da igual, lo que importa es el resultado.

No obstante, no quiere esto decir que yo crea que debamos ser amigos de todo el mundo y comportarnos como si la sociedad fuera idílica y todos fuéramos unas personas bellísimas. No. Hablo del hecho de que desde que comenzamos a andar en el mundo nos enseñan que no debemos juntarnos con según qué clase de gente con razones tan lógicas como que mi bisabuelo se peleó con el suyo y desde entonces nuestras familias no se hablan. En fin, no ha sido nunca mi caso, pero es tan razonable como los que he puesto antes.

Es cierto que jamás mi madre o mi padre me dijeron que debía evitar el contacto con alguien en concreto. ¿Entonces, por qué lo hago? Porque nos educan desde pequeños a estigmatizar al diferente por ser de otro barrio, por vestir distinto, por pensar diferente... ¿No es cierto que se nos dice que los niños tenemos que odiar a las niñas? ¿Cuántos tenemos amigos del otro género desde pequeños? Realmente en poquísimas veces. Y eso que fui a un colegio mixto.

Cuento todo esto porque hoy he sentido una mezcla rara entre pena y rabia. Estaba paseando por la calle cuando me he cruzado con un chico de esos que yo, y todos, considerábamos que era un pringado y un poco tonto. Él educadamente me ha saludado y yo he devuelto el saludo sin saber qué pensar. Es cierto que no ha pasado de eso, un simple hola, pero no he podido sino acordarme de cuando dentro de mi grupo no le hacíamos mucho caso y sin llegar a pasar de él en los recreos, cuando llegaba el fin de semana a ninguno de nosotros se nos ocurría llamarlo para que viniera a jugar con nosotros o para ir juntos al cine. ¿Nos hizo algo? Tajantemente no. Nunca. De hecho diría que siempre se portó bien con nosotros, siendo amable. Pero nosotros creíamos que no era digno de juntarse con nosotros. No es que ninguno lo expresara abiertamente, no recuerdo, de verdad, a ninguno de nosotros decir que fuera imbécil o que lo odiábamos. Simplemente, cuando tocaba pasábamos de él. Como no recuerdo que tampoco él hiciera nada raro; no recuerdo que ninguno nos peleásemos con él, ni que nos insultara, pero quizás, en algún momento, nosotros mismos, u otros, consideramos que por alguna estúpida razón era "tonto" y, por tanto, si queríamos aspirar a entrar en el grupo de los guays, no debíamos juntarnos con él.

¿Entramos en el grupo de los guays? Evidentemente no. ¿Qué fue de ellos? Igual que nosotros, igual que el chico "tonto" e igual que yo, todos tenemos veintisiete años y por desgracia, si queremos comer caliente cada día nos toca madrugar y trabajar lo más duro que podamos, por lo que no podemos decir que ninguno seamos guays. Tampoco creo que fuéramos más "guays" si hubiéramos fundado Apple o Microsoft o Toyota. Seguiríamos siendo treinta personas, sin más, con nuestros defectos —muchos— y nuestras virtudes. Lo que sí sé es que mañana mis hijos, por mi influencia, aunque sea inconsciente, y por influencia de ambiente en el que se críen, tendrán los mismos estúpidos prejuicios hacia otros niños y niñas que, igual que ellos, estén dando sus primeros pasos en el mundo. ¿Y si mis hijos se hacen amigos en el patio del colegio de los hijos de ese chico? ¿Entonces, serán ellos los que le hagan el vacío a los míos cuando se enteren de que su padre fue ninguneado por mí? ¿Qué culpa tendrán ellos de que su padre fuera idiota con quince años?

Eduquemos en respetar y no en querer molar todo el rato. Esa es la auténtica libertad y no la que nos estamos dando.

Comments


Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic

¡SÍGUEME y COMPARTE! 

  • Facebook Classic
  • Twitter Classic

© 2016 Pablo Merino Prota Creado coh Wix.com

bottom of page