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Reflexión 2

  • Reiniciando Relatos
  • 20 mar 2021
  • 4 Min. de lectura

Hoy quiero hablar de la fe; pero de la de verdad, la que importa, que no es la religiosa, sino la fe en la humanidad, es decir, en ti, en nosotros, en quienes nos rodean. Porque estoy estoy convencido de que podemos tener fe en la humanidad. Y aquí vengo a exponer mis motivos.

Cada día son más y me siento cargado de esperanza. Sí, se puede contraargumentar con muchas cosas, pero estoy convencido de que como sociedad no vamos a mejorar mucho más. No lo digo en el sentido peyorativo, sino en uno bueno. ¿Hay cosas que mejorar? Por supuesto que sí, pero poco. Por eso digo que no vamos a mejorar más. No mucho más, al menos. No se puede. Lo digo en serio.

Aquellos que me lo nieguen me dirán que aún quedan muchos aspectos por mejorar, que no son pocos —como digo yo— y me pondrán como ejemplo todo lo siguiente: los derechos de las mujeres, dejar de discriminar a nadie por razón de sexo, género u orientación sexual; me dirán que todavía debemos luchar —y mucho— por la no discriminación de las personas por su color de piel, su lugar de procedencia, que tenemos miles o cientos de miles de personas refugiadas huyendo de guerras imperecederas, que hay millones de personas que mueren diariamente por culpa del hambre, que la pobreza infantil no se ha solucionado, que hay gran parte de personas sin acceso a medicamentos, que en África o en Asia la gente no puede beber agua potable en muchas zonas como algo habitual, y así tantos ejemplos. Incluso habrá quien, ingenuo, argumente que aquí mismo, desde la ciudad donde escribo estas líneas se contemplan a todas horas personas pasándolo horriblemente mal o sufriendo calamidades para poder sobrevivir cada día, mientras otros, yo mismo, gozamos de un nivel de vida que nos permite no tener preocupaciones importante, minucias, en todo caso.

¿Es todo esto anteriormente citado falso? ¿Acaso estos ejemplos, de entre muchos otros que no he citado, no son la realidad de nuestra sociedad en el año dos mil veintiuno? ¡Claro que sí! No soy un completo idiota y sé perfectamente que sucede así cada día del año. No obstante, también sé que por mucho que queramos no es posible que la mayoría de cosas se solucionen nunca. O sí, pero surgirán otras. Porque el sistema político-económico con el que hemos decidido vivir es egoísta e injusto desde su propia concepción. No hay otra forma de vivir en el mundo que a base de pisotear colectivos si seguimos en una economía de libre mercado —aunque no me queda claro si la realidad se ajusta a la definición real de esta o si es una economía de figurado libre mercado, pero es un tema para otro momento—. Da igual que hoy sean negros o sudamericanos o transexuales o quienes toquen. Hoy son ellos pero mañana serán otros. ¿Si China se impone como gran potencia mundial predominante, cuánto tardarán en ser racistas de blancos europeos de ojos azules que se marchen allí a trabajar? Seguro que no mucho.

Entonces, ¿cómo es posible que yo haya dicho que hoy creo que la humanidad ha llegado o está llegando a su punto álgido? Porque claro que lo creo. Vendrán avances tecnológicos y culturales, y podrá mejorar la vida de personas que hoy viven humilladas por diferentes y extrañas razones, pero poco o nada superará el bienestar social que tenemos hoy en día. ¿Pruebas? Las tengo.

Vayan a un supermercado o tienda de alimentación y busquen un rollo de film transparente o de papel de plata de la marca Albal. Sí, la famosa. Cuando tengan el paquete de cartón en el que viene el rollo en la mano, fíjense en la forma que tiene la diminuta sierra de cartón que han colocado para que cortemos el trozo deseado. Luego, compárelo con el de cualquier otra marca. Ya se lo digo yo: no, no son iguales. La de la marca Albal tiene una curvatura; la suficiente para hacer que el corte del trozo sea prácticamente perfecto. Solamente no será plenamente perfecto si el cortador (persona) no es muy habilidoso pues con la mínima mañana se consigue. ¿Qué sociedad, si no está al cien por cien desarrollada, se puede permitir contratar un ingeniero o grupo de ingenieros para diseñar la curvatura óptima para un corte perfecto del rollo de papel film? ¿Lo mejora? Creo que no, pero ahí está. Tiempo y dinero invertidos en que tipos como yo podamos cortar un film con ninguna dificultad. Tampoco antes, pero ahora duermo tranquilo sabiendo que el corte es perfecto.

La otra prueba consiste en acudir a las tiendas Tiger. Busquen, paseen por los pasillos, y encuentren su último invento: una pistola de juguete vendida junto con una pequeña diana para disparar dardos de plástico mientras se está sentado en la taza del wáter, suponemos cagando. ¿Vacuna contra el SIDA? No. Disparar dardos en el aseo, sí. Solo, de nuevo, una sociedad en la cúspide de su evolución se puede permitir desarrollar juegos para una acción que lleva dos minutos y que es tan básico como deshacerte de los excrementos.

Si me cuentan la realidad de los dos primeros párrafos pienso que vivo en un mundo al borde del colapso. Si leo los dos últimos deduzco que estoy en el mejor momento de mi especie.

No se puede mejorar más, pero tampoco podemos ir a peor. Somos, sencillamente, insuperables. Los mejores en lo nuestro. ¡Viva el ser humano!

Ah, y para fe, la religiosa. Ha llegado una pandemia que ha eliminado de las iglesias el agua bendita, ha cambiado la forma de comulgar, ya nadie reza a Dios para que acabe, sino a los médicos y los farmacéuticos, y todo ha sido sustituido por el gel hidroalcohólico y purificadores de aire, pero estas, las iglesias, siguen llenas los domingos.

 
 
 

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