top of page
Para estar al día del blog: 

La cena

  • Reiniciando Relatos
  • 8 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

Siempre me ha perturbado la cena. El acto de terminar el día con una última comida me ha parecido siempre tremendamente raro y difícil de llevarlo a cabo con éxito un día tras otro. Aunque me es más complicado de lunes a viernes ya que suele ser cuando ceno en mi casa y he de pensarlo yo. Los sábados los llevo mejor porque si nos por un motivo es por otro, o incluso sin ningún motivo real, acabo saliendo a cenar fuera de casa con familiares o amigos y las opciones se reducen. Además, al día siguiente no tengo que madrugar, en general, y el tiempo se dilata de otra forma. Pero me resulta un quebradero de cabeza pensar qué cenar cada día. En fin, por un lado me sentiría mal yéndome a dormir con hambre —sé que no pasaría nada, pero es como si lo tuviera arraigado en mi interior— y tampoco quiero meterme en la cama con sensación de pesadez por haber ingerido demasiada comida. Me cuesta trabajo atinar con la cantidad exacta. Procuro, no obstante, quedarme más cera de tener hambre que de sentirme empachado. Sin embargo, esto lleva riesgos: si como según qué cosas ligeras pueden ser insulsas, aburridas o poco apetecibles. No quiero que se entienda mal; adoro las ensaladas, pero me cansa cenar todos los días lo mismo. Quizás sea demasiado maniático.

Entonces, combino ensalada con verduras al vapor o algún día tortilla francesa o huevos duros con sal y pimienta... no es una cocina muy elaborada, pero cualquier otra cosa me acaba dando ardor de estómago o muchos gases.

Tampoco sé muy bien qué hago explicando esto. Otra cosa que desconozco es si, en realidad, es algo saludable o no lo que como en las cenas; lo que no hace es importarme mucho, pero pretendía dejarlo claro.

De vez en cuando, muy de vez en cuando, acostumbro a hacerme algo de carne a la plancha. Sólo eso: un filete de ternera o de lomo de cerdo o pechuga de pollo con un poco de aceite en la sartén y listo. Esto cumple perfectamente con el hecho de ser ligero y sabroso al mismo tiempo aunque no me gusta abusar.

Hoy, después de muchos días, he decidido hacerme unos filetes de pechuga de pollo en la sartén. Realmente me encanta el crepitar de la carne al fuego según va cogiendo calor y se empieza a tostar. De hecho, me he aventurado a añadirle un diente de ajo y puedo asegurar que era una completa delicia escucharlo freírse en el aceite y luego junto al pollo. Es un sonido maravilloso el de la carne así. Tanto me estaba gustando que he sentido una necesidad imperiosa de doblarme sobre la sartén y acercar la oreja lo máximo posible al fuego. Era extremadamente agradable sentir el vapor caliente y el sonido del pollo haciéndose tan cerca de mí.

Sin embargo, cuando llevaba ya unos segundos he empezar a escuchar un ruido raro y rítmico. Me parecía extraño, como una melodía. Sabiendo el riesgo que estaba corriendo he decidido acercar todavía más mi oreja a las pechugas. Tanto que ya el calor del fuego se hacía menos llevadero y empezaba a notar pequeñas gotas de aceite hirviendo pegándome en la mejilla o cerca de mi ojo izquierdo. Estaba ya a punto de de retirar mi cara cuando, de repente, he captado la melodía en su plenitud. He podido escuchar un silbo de entre el filete y el aceite, que era una voz que repetía "pío, pío, pío...pío, pió, pío".

He retirado mi cabeza asustado y pensando que era una alucinación. Sin embargo, como un resorte he vuelto a bajar mi oreja para comprobar que mis sentidos no me engañaban y he vuelto a escuchar "pío, pío, pío...pío, pió, pío".

Al final, el pollo estaba muy exquisito, pero mañana como brócoli, está decidido.

 
 
 

Comments


Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic

¡SÍGUEME y COMPARTE! 

  • Facebook Classic
  • Twitter Classic

© 2016 Pablo Merino Prota Creado coh Wix.com

bottom of page