Mi infancia son recuerdos de un patio de Toledo donde madura un olivo
Envolviste tus días
en gritos, silbos y joviales cantares,
naciste fuerte y de gris musculoso
gracias a la savia
de nobles mujeres y hombres
que enseñan tus raíces, tus estambres
y el predicado de tu nombre.
Verde y altivo,
límite de porterías y tímido escondite,
bailando al son del viento
dando cobijo frente al engreído sol de junio;
sustento de jerséis y abrigos con los primeros sudores de marzo
dando significado en alfabeto náutico,
o inadvertido observador del primer beso.
Contigo aprendí a contar hasta diez
aunque temí tu albino florecer.
Tampoco lo negaré:
son varias generaciones las que usan tus aceitunas
como terrible arma arrojadiza,
sobre todo para madres y padres
al recibirnos en la salida.
Pasan los días, meses y años,
para ti nada, para mí la vida,
siendo el mejor amigo de cientos de niños
pese a que ellos no lo sepan
e inquebrantable sigues vigilando el patio
donde ahora espero ver
correr a mis hijos.