top of page
Para estar al día del blog: 

Materia oscura

Estaba en la cola para comprar el pan cuando detrás de mí se ha colocado una mujer. Aunque quedaba poco para que fuera mi turno, avanzábamos tan sumamente lentos que me estaba entreteniendo mirando alrededor y, no lo negaré, ha habido un instante en el que me he quedado mirándola. No me había percatado al verla colocarse detrás de mí de que iba acompañada por un perro. Ella, pese a resultarme atractiva físicamente, no me ha atraído la atención más de unos escasos segundos, pero sí me he sentido llamado por el can. Era de raza, no sé muy bien de cuál; por lo poco que sé de perros, diría que era un Westie, pero no estoy seguro, simplemente porque desconozco los nombres exactos. Suelo confundirlos a menudo, así que mejor que cada uno se lo imagine como quiera. Era pequeño, peludo, y blanco, eso con total seguridad. Y muy bonito, también.

El caso es que me ha llamado la atención lo animado, o excitado según se mire, que estaba aquel perro. No paraba de moverse de un lado para otro, de agitar su rabo y de gimotear, pero sin llegar a poder considerarse un ladrido, a pesar de las continuas llamadas a la tranquilidad de su dueña.

A decir verdad, me estaba sorprendiendo lo lento que avanzaba la cola, llevábamos ya un rato sin movernos; deduje, no obstante, que la anterior persona que había entrado en la tienda le estaría dando conversación a la dependienta, que normalmente era muy expeditiva despachando a los clientes.

Aburrido como estaba, decidí centrar mi atención en la de aquel animal tan juguetón.

Siempre he tenido gran empatía, y amor por los animales domésticos, aunque los acabara de ver o conocer. Pongamos por caso que alguno de mis amigos hubiera adoptado un perro. De hecho, creo que él lo notó pues su alborotada espera junto a su dueña justo detrás de mí lo llevó a acercarse. Intuí que quería saludarme, o jugar, o qué sé yo, y me agaché a acariciarlo.

—Ven, Ernesto—dijo la mujer tirando fuertemente de la correa.—, no lo molestes.

Aquello me hizo dudar de si lo alejaba de mí por educación o porque notó algo extraño en mi persona, al fin y al cabo, yo me había agachado a jugar con él por mi propia voluntad. Tampoco lo sabré nunca.

Fruto de ese tirón, esta vez, Ernesto —vaya nombre para un perro, pensé yo— se puso ladrar altivamente. Al final, había sido peor el remedio que la enfermedad, teoricé. Ojalá el perro se hubiera mantenido vagando con cierta libertad, toda la que permite la correa, cerca de nosotros y así no hubiera empezado a ladrar.

La siguiente persona entró en el despacho de pan y nos movimos un poco, pero ni por esas calló, e incluso me pareció que la intensidad de sus lamentos fue incrementándose.

Entonces, deseado que cesaran sus ladridos comencé a mirarlo muy fijamente a los ojos, de igual modo a cuando enfadado contemplas a alguien que está cometiendo un error, pero ya no sabes cómo decírselo. También, tratando de llamar un poco la atención de aquella mujer que, de repente, cuando más molesto se mostraba el can, más tranquila parecía estar ella y con menos intensidad le replicaba para que estuviera quieto o callado.

Yo ya era el siguiente en entrar a la panadería, pero deseaba irme de allí cuanto antes. De hacerme gracia, aquel chucho asqueroso acabó tornándome en un ser lleno de ira y con unas ganas terribles de darle una patada en el hocico. Pero no lo hice. Sólo lo pensé. ¡Qué horror de perro!

Posiblemente debido a la concentración que estaba poniendo en fijar mis ojos frente a los del perro, empecé a notar una sensación muy extraña, como un calambre, y cuando me quise dar cuenta, mi ser, mi yo físico y psicológico, se había transmitido, quién sabe cómo, al interior del cerebro del animal.

Estando allí empecé a ver algo muy similar a una red neuronal. Con algunas diferencias a como me habían sido descritas en clase de biología del colegio, pero en general, muy similar. Veía chispazos eléctricos yendo de aquí para allá y zonas que parecían excitarse a mi paso, caminando de un lado a otro. Comencé a vagar y a mi alrededor sólo veía un compendio de neuronas apelotonadas que parecían flotar en un ambiente salino. Al acercar mi mano a una de ellas, yo mismo noté una convulsión, una especie de empujón, una descarga eléctrica y sentí que entraban dentro de mí una serie de señales que llegaban a mi propio cerebro.

Era todo extremadamente raro. Muy lentamente mi cerebro descodificó aquella señal, pero no entendí absolutamente nada. Era de carácter muy similar a los ladridos que escuchaba hacía unos segundos desde el exterior.

Seguí caminando hasta que llegué a una abertura desde la que se veía el exterior. Probablemente sus ojos. No llevaba mucho tiempo allí cuando noté que todas las neuronas comenzaban a excitarse y vi a través de sus propios ojos que se movía. De repente, ladró. Esto último lo sentí aún más porque retumbó todo alrededor, haciendo que yo me tambaleara.

Para no caerme, me agarré de una de las neuronas, pero no fue suficiente y tuve que acercar el otro brazo hasta la siguiente neurona más próxima. Ahora iba sujeto de dos axones como quien se coge a dos barras paralelas para no caer en el autobús.

Como la anterior vez, una señal, pero mucho más potente recorrió mis brazos, erizándome el vello, ascendió hasta mi cuello y resonó en mi cerebro, que, transcurridos unos instantes, lo volvió a descodificar, y logré, esta vez sí, entender qué decía:

“La materia oscura no existe, hay que replantear el modelo actual de la física. ¡Ah, y no digáis que no lo he advertido, que llevo años gritándolo y la mujer que me acompaña no me hace caso!”

No soy yo quien debo resolverlo, pero me comprometo a buscar a la persona adecuada, me dije. Aunque quizás por eso se me acercó con tanto ímpetu.

Tras esto, muy rápidamente, el proceso del ladrido se repitió y pude comprender que lo que mi cerebro había descodificado era lo que el animal ladraba al exterior, gracias a seguir sujeto a sus neuronas.

—¡Eh, venga, que ya te toca!—la voz de la mujer se escuchaba desde dentro del perro de una forma muy extraña, como distorsionada, casi demoniaca; parecía las de las grabaciones de las películas de terror, esas que parecen cacofonías. Pero me urgió a hacer el mismo esfuerzo que había hecho para entrar, para salir de allí y regresar a mi cuerpo contenedor de mi ser, que como muerto se había quedado de pie en la cola.

Avancé hasta la barra donde despachaban el pan trastocado por la experiencia.

—Dame dos baguettes, y si no le importa, voy a mear en esa esquina.—dije ya con los pantalones por las rodillas.

Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page