Evaristo San Miguel
- Pablo Merino Prota
- 3 feb 2020
- 1 Min. de lectura
Alguna nube queda,
son los restos
de que ayer el cielo se rompiera;
pero hoy veo
que el sol arriba gobierna
y soy feliz.
Al abrir la puerta
y al inhalar,
al dejar el aire llenarme,
he sentido que allí donde vivo,
aunque tú no lo sepas,
mi ciudad me sonreía.
En la esquina,
en el bar de enfrente
es todo algarabía
entremezclada con el silbo del café.
En el dieciséis,
una señora guarda
los cubos de nuevo vacíos;
a mi derecha
me vigila la reina de los bichos,
pero da igual,
yo sigo mi camino.
En el colegio y la guardería
se ve brotar la vida,
todo son llantos, reencuentros y risas,
esta mañana de septiembre
vuelta para unos,
comienzo para muchos,
hoy, que oficialmente
el verano ha finalizado.
En la droguería,
me saluda el dependiente
aunque casi no me entero
porque llevo los cascos puestos.
En mi cabeza retumban
de Penny Lane los acordes
mientras una chica
en el portal de una casa
sentada espera
el autobús que debe llegar.
Allí donde vivo
hay dos oficinas también,
y una sede del INEM.
Hoy y siempre,
en Evaristo San Miguel
todo queda custodiado
por un señor bajito
que perenne, en el último portal,
va encadenando pitillos.
Quizás otros negocios,
la vida viene y va;
doblando la esquina
acabó mi infancia,
aquí mi juventud
y si sigo,
en unos pasos llega
mi próximo destino:
mi madurez.
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