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Amanecer caluroso para ser abril

  • Pablo Merino Prota
  • 3 dic 2019
  • 2 Min. de lectura

Tuve en mi corta vida varios amaneceres semejantes. Pero ninguno tan caluroso y sofocante como aquel. No para ser abril. Aun así, parecía que iba a ser como cualquier otro.

Tan puntual como de costumbre Ramón abrió la frutería a las ocho menos tres minutos de la mañana. Era de día completamente pero para que la fruta se viera mejor dio la luz. La luz natural que entraba por los viejos barrotes de las ventanas, con ese típico color anaranjado de la luz del alba, proyectaba sobre las manzanas las sombras de las manchas de los cristales que se desvanecían poco a poco según se iban calentando las luces de bajo consumo que habían instalado.

Como casi todos los días tardaron en llegar los primeros clientes. Que como siempre fueron la Dolores y su marido. ¡El capullo de Chema! Como acostumbraba a decir Ramón.

-Me vas a poner un kilo de plátanos y otro de mandarinas. Los plátanos que sean de Canarias.

En ese momento Ramón vino hacia mí. Por qué habrá elegido esos. Si siempre se lleva los baratos...

-¡Quita! ¿Algo más señora?

-No, es suficiente. Gracias. Bueno, y me vas a poner dos o tres manzanas, de las más baratas que tengas que son para Nico.

-Edu, ¿a cuánto están esas de ahí?-Como odiaba que le pidieran cosas cuando ya tenía la cuenta hecha. -Tráeme dos.

El día fue transcurriendo con menos tranquilidad que uno normal. Fue más gente la que entró. Posiblemente por el aire acondicionado. Aunque sea por estar fresquitos, la gente compra tomates. Pues por lo que yo había oído la situación económica no estaba como para tirar cohetes. Realmente no sabía lo que era la situación económica ni tirar cohetes. Pero la gente lo decía mucho cuando veía que el precio de los pimientos no paraba de subir.

-¡Pero qué pesadas están! ¡Será el calor!

Así llegó mi hora de la comida y cuando me estaba lavando las manos… algo de plástico rígido con forma de mano humana roja me aplastó contra un póster que anunciaba kiwis. ¡Plas! Seguía viva aun cuando Ramón me cogió de un ala y me tiró a la basura. ¡Con los buenos ratos que había pasado allí, ahora sería mi ataúd!

 
 
 

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