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Fotografías

  • Pablo Merino Prota
  • 26 oct 2019
  • 3 Min. de lectura

No tengo muchos amigos. Tampoco creo que nadie los tenga realmente; el que diga tenerlos miente como un bellaco. No tengo muchos amigos, concretamente cuatro: Aitor, Catalina, Irene y Lorenzo. Junto con mi mujer, solemos salir todos juntos y, con nuestras peculiaridades, disfrutamos muchísimo. Nos conocemos desde la universidad y poco ha cambiado desde entonces. Sin embargo, igual que Sofía y yo nos casamos, hace un mes lo hicieron Aitor y Lorenzo, lo que hace que ya haya dos parejas en el grupo.

Después de la ceremonia, de haberse despedido de nosotros, etcétera, hoy, nos han invitado a todos nosotros a una fiesta en su nuevo apartamento con el fin de inagurarlo y reencontrarnos los seis.

El piso es grande y está ricamente decorado, con gusto. Al menos desde mi punto de vista. Nos han ido enseñando las habitaciones, el par de baños, la cocina, los armarios y finalmente el salón, donde, nos tenían preparados toda una serie de platos con diferentes comidas y varias botellas con refrescos y otras sustancias espirituosas.

La tarde estaba discurriendo alegremente. Como si tuviéramos turnos de intervención, en primer lugar, ellos han contado su luna de miel, luego hemos intercambiado chismorreos de estos días en Madrid y mientras, íbamos picando de un plato u otro. Era una escena bastante habitual en una reunión de amigos.

Acabando la tarde, nos han querido enseñar las fotografías de su viaje de novios con el iPad, que iban pasando de unos a otros a la vez que intercalaban anécdotas de lo ocurrido allí o parecido.

A mí, personalmente, no me interesaban mucho las fotografías. Son cosas que no entiendo a día de hoy. Ni entiendo qué interés tiene enseñarlas ni cuál es el interés en verlas; como tampoco entiendo la afición de la gente a enseñar cada estancia de la casa. Ambas cosas son lo más parecido a una radiografía de la vida de uno que puede perpetrarse. Es como decir “mira, ahí hacemos el amor, aquí es donde vengo a llorar cuando llego hastiado del trabajo, en ese sitio me comí un filete de ternera rancio y acabé potando en el baño mientras el guía y mi marido esperaban fuera…" O, así me lo imagino yo. Ha sido, para mí, un motivo para ausentarme alegando que necesitaba ir al aseo.

Yendo al baño de invitados, he podido comprobar que Aitor y Lorenzo tenían una estantería en el pasillo llena de libros enormes con el lomo de color caoba y otros granate, pero en todos ellos la palabra “Álbum” gobernaba escrita en letras doradas. Eran unas encuadernaciones de estilo vetusto, con lomos altos y tapa dura, como se intuía a simple vista. Me ha sorprendido. No comprendía muy bien de dónde salían tantísimos álbumes de fotos, tantos como para llenar varias baldas de una estantería. En un primer momento he pensado que se habrían traído todos los álbumes familiares. A mi modo de ver era lo más posible, dado que ellos, por su edad, tenían la mayoría de fotografías en formato digital. Tampoco me cabía en la cabeza que recientemente hubieran imprimido sus fotografías para ocupar un espacio físico maravilloso en su casa.

Nervioso y alterado por la duda, pero sabiendo que el resto estaba entretenido en el salón, sin pensar qué estaba haciendo y cuán maleducado era eso, he sacado uno de los álbumes de la estantería para comprobar qué ocurría allí. Al abrirlo, por una página al azar, he podido observar que estaba lleno de fotografías en blanco y negro intentando simular una antigüedad en el lugar que claramente no había. Al pasar un par de hojas más pude comprobar que las mismas imágenes se repetían una y otra vez. Devolví el álbum a su sitio y saqué otro cercano a éste. Para mayor sorpresa, observé que las hojas estaban completamente vacías. De hecho, vi que otros tenían todavía el precinto de plástico que indicaba que no habían sido abiertos aún. Incrédulo, fui al baño, oriné como había prometido que iba a hacer, y volví al salón con todos.

En el salón, mantuve mi estado sin comentar absolutamente nada y me imbuí de nuevo en la conversación.

No mucho tiempo después, la velada terminó, recogimos entre todos las cosas y nos fuimos de allí. Cuando estábamos bajando en el ascensor, Sofía me dijo lo bonita que tienen la casa.

-¿Te has fijado? Es todo muy armonioso.-dijo- Está todo colocado con mucha idea.

-Sí, pero tienen álbumes de fotos de adorno-respondí rompiendo el breve silencio que sobrevino a su comentario hasta que dilucidé qué era mejor decir.

-Tú y tus tonterías.

Llegamos a casa sin hablar, pero yo no me lo quito de la cabeza.

 
 
 

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