top of page
Para estar al día del blog: 

Desdoblamiento de personalidad

Estaba esperándote una mañana de diciembre cuando todo sucedió. Recuerdo perfectamente que la mañana era fría, muy fría y ventosa. Estaba de pie en la parada del autobús esperando la línea que debía unirnos y sentía alfileres helados clavándose es en pequeño hueco de mi cara que dejaba al aire la bufanda y el tupido pelo que llevaba entonces.

Empezaba a levantarse la niebla y la poca anaranjada luz que desprendían las farolas de la avenida quedaba flotando a media altura entre el foco y el suelo mientras comenzaba a amanecer a lo lejos. El gélido ambiente dejaba carámbanos cayendo de la marquesina y una fina capa de hielo cubría el grisáceo banco de la parada, no invitando a sentarse para aliviar la eterna espera que causaban las tan elevadas frecuencias a aquellas horas matutinas. Y de repente, lo vi aparecer.

A lo lejos, se empezó a intuir la figura de una persona que no llegué a distinguir hasta que estuvo a mi lado. Se iba acercando lentamente y cuando me quise dar cuenta estaba a mi lado esperando al autobús. Al principio, no me percaté de nada pues me encontraba abstraído refrescando la pantalla de la aplicación que indica cuánto le quedaba al siguiente autocar. Realmente se me estaba haciendo larguísima la espera sintiendo que cada minuto que pusiera en la pantalla que quedaba para poder verte, por fin, sería una eternidad.

Cansado ya de deslizar mi índice de arriba a abajo una y otra vez y mientras iba notando que la mañana se levantaba, alcé mi cabeza y nuestras miradas se intercambiaron. Sonreí. Pude contemplar a un chico joven, de unos veinte años, quizás más, pelo negro, muy fino y con canas incipientes, ojos color miel y tez morena; llevaba puesto unos pantalones vaqueros pitillo y un abrigo de lana marrón que lo cubría el cuerpo por completo hasta las rodillas y unas zapatillas Adidas blancas algo desgastadas en la puntera. No le di la mayor importancia. No es que muchas personas tomaran el bus a esas horas pero igual que lo hacíamos tú y yo, podría haber otras personas.

Volví mi cabeza a mi teléfono móvil para ver si el mundo en el que vivía, empezando a despertar, ya había llenado Twitter con sus innumerables chorradas. Pero se ve que el mundo quería hacerme esperar y llevado por mi curiosidad, volví a mirar de refilón a aquel chico en busca de algo con lo que divertirme, algo que te pudiera contar cuando ambos ya estuviéramos sentados en el autobús. No sé, a lo mejor que se estuviera metiendo el dedo en la nariz continuamente o un defecto horrible en su oreja… lo que fuera con tal de matar el tiempo.

Mientras lo observaba intentando que él no se diera cuenta de mi falta de educación, noté como mi corazón se aceleraba, mi mandíbula se desencajaba y mis piernas me temblaban tanto o más como la primera vez que te vi desnuda. ¡Ese chico era yo! Por un momento pensé que se parecía mucho a mí o, que sería una coincidencia que hubiéramos comprado las mismas prendas de ropa en Zara y hubiéramos coincidido para vestir parecido el mismo día y que mi cabeza me estaba jugando una mala pasada. Así que, miré otra vez. Primero a él y luego a mí. Luego otra. Cada vez con más descaro. Me decía a mí mismo que me tranquilizara, que todo debía de ser un sueño, una alucinación o algo por el estilo. Pero no. Poco a poco me fui calmando y mi consciencia me acabó revelando que ese chico no era otro que yo mismo. Sin embargo, fue él el que me interpeló primero:

-Hola, perdona, ¿llevas mucho tiempo esperando ya al bus? Es que pone que debería haber pasado hace dos minutos.

Como si no pasara nada, saqué mi teléfono de nuevo y comprobé que lo que decía era cierto hasta que un dentro de mí algo despertó. Mi cabeza no daba crédito. No, no… no me lo pue-do creer. Temblaba como si hubiera conocido a John Lennon, solo que no era John. ¿Esto es un sueño? ¿Me he dado un golpe en la cabeza? ¿Qué está pasando aquí?

-Sí, en mi iPhone también dice eso- respondí como si no pasara nada- No sé, esto suele pasar. Yo llevo esperando un rato.

A pesar de mi supuesta normalidad de cara al exterior, mi cabeza era un torbellino a toda velocidad que intentaba procesar qué estaba ocurriendo.

La niebla seguía avanzando y ya gobernaba más de media calle, empujando la noche hacia otro lado para dar paso a la primera claridad del día gobernada por el Sol madrugador, cuando nos sorprendió a lo lejos el cartel luminoso que anunciaba la llegada inminente de nuestro destino. La línea 41 llegaba a toda velocidad, lo que sorprendía aún más debido al retraso que cosechaba. Cuando paró a nuestra altura, cedí el paso al chico, y entré en ese autocar dándome de bruces con el muro de calor que protegía al conductor del exterior. Pasé la tarjeta de pago por el lector y te vi sentada al fondo, risueña, como siempre, bella y muy elegante. Nuestros ojos se cruzaron llenándonos de felicidad, me sonreíste como siempre y yo hice lo propio. Me encaminé hacia ti, ya que justo a tu lado había un sitio libre, pero fue casi cuando estaba frente a ti cuando con un gesto con la mano te indiqué que me sentaría junto a él.

-Hola, perdona que te hable-ahora era yo quien le hablaba intentando iniciar la conversación que mi mente me decía que tenía pendiente con esa persona-. No he podido evitar fijarme en que vamos vestidos exactamente igual.

-No. No me he fijado, pero ahora que lo dices, tienes razón.

-Pues sí, parecemos hermanos -mi duda era saber si él también se había fijado en que también éramos como dos gotas de agua en el aspecto físico-. Mi nombre es Pablo.

-Anda, mira, yo también. Mi nombre es Pablo Merino -dijo extendiéndome la mano.

Se la estreché sabiendo que algo muy extraño estaba sucediendo. No solo éramos idénticos sino también nos llamábamos igual y su voz era idéntica a la mía.

-No te he visto nunca por aquí- proseguí-, ¿también eres de Toledo?

-Sí, bueno, no, soy de Madrid pero llevo viviendo aquí toda mi vida.

Más coincidencias.

-Pues ya es raro que no nos hayamos visto nunca, esto no es muy grande. Nada grande, más bien.

-Sí, es raro. Aunque no creas que salgo mucho. Ni tengo amigos ni nada por el estilo, solamente me dedico a estudiar.

Las semejanzas eran tantas que parecía que estuviera hablando conmigo mismo así que seguí con mis preguntas ya que él no parecía percatarse de nada.

-Sí, vine aquí cuando era pequeño por mis padres. Estudié la primaria, la secundaria, y ahora estoy en la carrera. Lo típico.

Me contó que le encantaba el cine, el teatro, la música, leer, varios deportes… me contó su infancia, sus miedos… todo iba coincidiendo conmigo. No me cabía ya duda de que era yo. El universo se había desdoblado o había ocurrido un error en el espacio-tiempo, pero algo muy raro estaba sucediendo. Yo solo me dedicaba a preguntar y cuanto más preguntaba más datos decía sobre mi propia vida.

Hasta que ya, hastiado, le hice una pregunta sabiendo que sólo yo podría contestarla bien.

-¿Y alguna vez has querido matar a alguien?-se giró mirándome a los ojos directamente como si estuviera aturdido por mi pregunta.

No-contestó finalmente en tono de duda-. Mi vida es muy tranquila. ¿Por qué iba yo querer matar a nadie?

Aquella respuesta significaba que podía, por fin, sentirme aliviado y que no era yo. Aquello no era cierto porque yo siempre había querido matar a dos personas: a mí mismo y a Cupido. Me levanté, me fui al asiento que seguía vacío a tu lado y me preguntaste que quién era ese.

-Nadie-te dije-. Un farsante, nada más.-agregué mientras tú me mirabas atónita sin entender absolutamente nada y esperando una mayor explicación, pero yo seguí como si nada hubiera pasado, viajando en paralelo a ti que acabaste resignándote conmigo y apoyando tu cabeza en la ventana y dándome la mano.

-Hemos llegado al final del trayecto-Era también nuestra parada en la plaza de Zocodover-. Deben bajarse-dijo el conductor.

Y nosotros le hicimos caso como cualquier otro lunes del año.

Al final resultó que era un farsante. O no. ¿O el farsante soy yo?

Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page