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Ramón

  • Reiniciando Relatos
  • 23 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Son las dos de la mañana y como cada noche, Ramón está sentado frente a la pantalla de su ordenador. Ramón se gana la vida escribiendo. Escribe de noche, a oscuras y solo viendo por la propia luz que desprende la pantalla. Si no, no sabe. Mientras Ramón escribe su último relato está empezando a llorar. Según escribe, le va llegando a lo más profundo de su ser. Siente todo, siente todo lo que a su protagonista le pasa y le ha dado por llorar. Ramón vive en cada una de sus historias. Si el protagonista llora, él llora, si mientras lo escribe el protagonista ríe, él ríe. Podría enumerar un sinfín de sensaciones: todas las pasa Ramón a la par que lo hacen los protagonistas de sus historias. Hoy le ha tocado llorar.

Esta vez, el protagonista se llama Héctor y como Ramón es escritor. Héctor se dedicaba a escribir pequeños cuentos para niños, cuentos sin importancia, sin moraleja. Puro entretenimiento infantil. Durante años ha sido muy famoso y le dieron varios premios, sus libros se leían en las salas de lectura infantil de bibliotecas, en los colegios y era conocido más allá de las fronteras de su país. Sin embargo, un día, cansado de todo aquello, Héctor decide que sus obras deben madurar, desea abarcar un público de mayor edad, escribir una novela para adultos. No le sale. No puede con ella.

Ramón va desgranando párrafo a párrafo la angustia que vive Héctor mientras ve que no es capaz de escribir su novela. Como Ramón vive el sufrimiento de Héctor ha empezado a llorar desconsoladamente. Otras veces incluso, Ramón ha sufrido heridas por culpa de sus relatos. Incluso se ha enamorado y perdido la cabeza. Ramón no es que viva de sus novelas, es que vive sus novelas. Hoy le ha tocado llorar.

Después de una breve pausa decide que es hora de leer lo que lleva escrito. Según va leyendo mayor es su tristeza, mayor es su pesar y más le aumentan las lágrimas. Su creación le está afectando como nunca antes otro texto lo había hecho. Decide dejarlo por ahora, mañana seguiría escribiendo. En estos momentos no lo aguantaba más.

De nuevo, al dar las dos de la mañana del día siguiente Ramón enciende su ordenador, abre su novela inacabada y decide ponerse a escribir la historia de Héctor. Para empezar a inspirarse, vuelve a releer lo escrito la noche anterior. E igual que la noche anterior vuelven sus llantos. Eso era raro. Es verdad que siempre que escribía padecía los sentimientos de sus protagonistas pero nunca por leer nada escrito. Ni siquiera le había pasado con obras de otros autores, autores consagrados y que otros catalogaban sus obras de emocionantes.

De repente, Ramón asiste al evento más enigmático de toda su carrera como escritor. Héctor empieza por sí mismo a continuar la historia. Empieza a describir en primera persona cómo era incapaz de escribir nada bueno, nada que pudiera ser leído jamás. También siguió el propio Héctor describiendo su angustia ante la imposibilidad de dar con una buena obra.

Es en ese preciso instante cuando Ramón deja de llorar, se seca las lágrimas y se da cuenta de lo que allí estaba sucediendo: estaba escribiendo su propia historia. Siempre lo había hecho, por eso sentía lo que percibían sus personajes.

Llegados a este punto, Héctor, que ya no aguantaba más su frustración decidió que su personaje debía morir.

Horas más tarde, la policía halló la cabeza de Ramón sobre el teclado de su ordenador, la tecla r marcada infinitamente, todas las luces de la casa apagadas a excepción de la propia de la pantalla y ningún signo de qué podría haber sucedido allí.

No quiero pensar qué habrá sucedido con el autor del relato que acabas de leer.

 
 
 

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